Coffee and Cigarettes
Recuerdos de la tierna infancia... antes de ir al cole, bebía del típico vaso -de cristal, quizá Duralex pero no de color- de leche -embotellada por aquél entonces en cristal, incluso existían vaquerías- con cacao soluble. Nesquik, aunque siempre me gustó más el Cola-cao, pero a Madre no, porque una se entretenía haciendo guarradas con los grumos.
Me gusta Madrid, entre otras cosas, porque los adultos se siguen tomando el vaso de leche con un Cola-cao en el bar, un sobrecito original a diluir, nada de preparados lácteos. (Disculpas por el inciso, Madrid me mata)
Una de las cosas buenas cuando creces es que por fin, un día, lo pides y esta vez te lo permiten. Te dejan probar el café, una gotita en un vaso de leche. Y te sientes mayor.
Hace tantísimos años que ni recuerdo mi edad, fijo que no llegaría a los veinte... y ya tenía problemas de insomnio. Sólo recuerdo el otro lado de la barrera: el médico prohibiéndome el café a partir de las 17 horas, puesto que sus efectos duran siete horas.
Pasó el tiempo
En mi última oficina, me tomaba tranquilamente de 5 a 10 cafés de máquina al día. Iba como una moto, porque el trabajo era frenético y porque yo me lo quería acabar tan rápido como el café, y que encima me saliese tan bueno como el café. Y no recordaba o no quería recordar la hora límite. No solo me chifla el café, cuando trabajaba lo necesitaba, tanto como la nicotina. Tenía el típico monederito con calderilla en el "buk". Quedarme sin calderilla era como que un encendedor dejase de dar fuego, algo muy molesto. En el cajón reservaba también palitos de plástico y azucarillos, por si se acababan en la máquina cosas de drogata, como no salir sin mechero de casa... un Fumador no va pidiendo fuego.
Pero eso era después, metida de lleno en la Selva. A primera hora, para despertarme, me tomaba uno y bien cargado, o dos, porque sin el aroma de un café recién hecho ante mis narices yo todavía no había despertado del último sueño. No he cambiado, y como cuando me levanto -me levantan, más bien- todavía estoy bajo efectos secundarios de la medicación, la cosa es igual o peor.
Siempre he sido una sonámbula al levantarme de la cama, y sé que soy una exagerada pero esta vez no tanto, los hechos cantan. Un día quemé una cafetera, me olvidé de ponerle el agua. Después del episodio, probé con el café instantáneo. La cosa era tan tonta como meter el mug (ya no se lleva el vaso de cristal sino esas tazas de importación) lleno de agua en el microondas y añadirle una cucharilla de café en polvo. Y más de un día, en vez de al microondas casi iba a parar a la nevera. Y era raro que acertase con la dosis que me gustaba, todo a saco, sólo era para entrar en vigilia.
Y el primer cigarrillo del día, ah no se concibe un café sin un cigarrillo. Son dos drogas que se complementan a la perfección. Y si te metes un chute de bytes leyendo el correo electrónico mientras tanto, tu mejor momento del día es definitivamente las 7,45 de la mañana.
Y otro salto en el tiempo
En casa, ya de baja laboral, la cafetera mediana (6 tazas, ¿no?) a primera hora, entera, y a solas: lo de la leche ya no iba conmigo. Mi café preferido era el americano, al que me había acostumbrado en la oficina. Me servía más de medio mug, le echaba dos dedos de agua para enfriarlo y diluirlo, y un par de cucharadas de azúcar. Ese era mi alimento hasta que decidía comer, porque ni tostadas ni nada, café era lo único que me pedía el cuerpo. Y repetía, otra cafetera. Ya aceptaba grandes dosis, el cuerpo se acostumbra a lo que le eches.
Y más tabaco, uno tras otro. Cuanto más subo más fumo. Ahora, paquete y medio o dos, depende. Tengo el récord en 3,5 paquetes de rubio, en un día maníaco sin dormir. Con ese dinero (2,30 euros el paquete), comería jamón de jabugo a diario.
En Manía, ese llegó a ser mi único alimento. Café y cigarrillos. Por cierto, título de la última película de Jim Jarmusch, os la recomiendo (el fotograma de este post, genial Roberto Benigni).
Pero llegó diagnóstico, y con él, el tratamiento. Primero, con el psiquiatra de siempre. Luego, cambié (tema espinoso, otro post). La pseudo-persona que por fin llegó a la consulta del equipo que me trata ahora era un caos en permanente crisis dentro de un episodio mixto. Han trabajado, y bien, conmigo, aquí está parte del resultado.
Me gusta mi psicólogo porque es más inteligente que yo. No me malentendáis, no soy ninguna Einstein. Pero no he avanzado con otros profesionales, en primer lugar porque es muy fácil engañar a un psicólogo -mi primera psicóloga, pobre, fui obligada- o a un psiquiatra, y en segundo término, o lo que resulta peor, que ellos no sepan elaborar una entrevista a tu medida, es decir, hacerte inteligentemente las preguntas adecuadas, las certeras, las llaves que abren, a un bipolar en particular (por cierto, no dejéis de visitar la galería de Billy Watts http://www.billywatts.com/, el autor del logo del blog). Y este psicólogo, que de bipolares ya poco o nada le queda saber, me caló a la primera, y me las clava dobladas. Menos mal que es bueno, se gana cada euro a cada frase (esto me lo digo cuando pago al salir). Y menos mal, porque gracias a él y al trabajo que hemos hecho ahora -un año después- me encuentro mejor.
Y no en la primera sesión en plan sermón, sino poco a poco, todo lo que yo le exhibí en mi primera intervención (dos horas sin parar de hablar, toda mi vida condensada, para abrir el historial), ha sido objeto de tratamiento casual en las sucesivas visitas.
El café, por ejemplo. Un día, en una de las primeras sesiones de la terapia; mira, cada vez que te tomas un café estás caminando sobre un lago helado. La capa de hielo es muy fina, de manera que es muy probable que ésta se resquebraje y, consecuentemente, te hundas, y te bañes involuntariamente en esa agua helada. Entrarás en un shock térmico, y ese shock, es la crisis de pánico que me dices que sufres cada día.
Y me señaló al culpable, se llama NORADRENALINA. Otro neurotransmisor que juega sucio en el meollo bipolar.
Tenía razón, por supuesto. Desde ese día, XX de enero de 2004, café descafeinado para la nena. Tragué sin demasiadas o nulas protestas, porque yo firmaba lo que fuera para librarme de un ataque de pánico programado al día, o dos, y encima puntuales los cabrones, a las mismas horas, lo sé porque me las controlaba un colega por msn "no te extrañes, ya te tocaba el de la tarde".
Y para acabar esa sesión con el psi:
- ¿Bebes coca-colas?
- Pues no, lo mío son las cervezas, ya lo sabes.
- Pues si algún día te tomas una coca-cola, te digo lo mismo, sin cafeína.
El descafeinado no es malo, te acostumbras rápido por muy cafetero que te hayas considerado. Pero no es puro, todavía contiene algo de cafeína. Por este motivo, si abuso por las mañanas a veces sigo pasándome- también me pongo como una moto y entro en el lago helado, ayssss. El cuerpo, que es más sabio que nada, se desacostumbra a lo que le dejas de echar, esa es la buena noticia.
Este post es tan caótico como la película. No se llama SIN porque todavía bebía alcohol, y bastante. Nos costó más trabajo este tema (para otro post, SIN me parece un buen título provisional, pero para cuando deje la nicotina).
Me gusta Madrid, entre otras cosas, porque los adultos se siguen tomando el vaso de leche con un Cola-cao en el bar, un sobrecito original a diluir, nada de preparados lácteos. (Disculpas por el inciso, Madrid me mata)
Una de las cosas buenas cuando creces es que por fin, un día, lo pides y esta vez te lo permiten. Te dejan probar el café, una gotita en un vaso de leche. Y te sientes mayor.
Hace tantísimos años que ni recuerdo mi edad, fijo que no llegaría a los veinte... y ya tenía problemas de insomnio. Sólo recuerdo el otro lado de la barrera: el médico prohibiéndome el café a partir de las 17 horas, puesto que sus efectos duran siete horas.
Pasó el tiempo
En mi última oficina, me tomaba tranquilamente de 5 a 10 cafés de máquina al día. Iba como una moto, porque el trabajo era frenético y porque yo me lo quería acabar tan rápido como el café, y que encima me saliese tan bueno como el café. Y no recordaba o no quería recordar la hora límite. No solo me chifla el café, cuando trabajaba lo necesitaba, tanto como la nicotina. Tenía el típico monederito con calderilla en el "buk". Quedarme sin calderilla era como que un encendedor dejase de dar fuego, algo muy molesto. En el cajón reservaba también palitos de plástico y azucarillos, por si se acababan en la máquina cosas de drogata, como no salir sin mechero de casa... un Fumador no va pidiendo fuego.
Pero eso era después, metida de lleno en la Selva. A primera hora, para despertarme, me tomaba uno y bien cargado, o dos, porque sin el aroma de un café recién hecho ante mis narices yo todavía no había despertado del último sueño. No he cambiado, y como cuando me levanto -me levantan, más bien- todavía estoy bajo efectos secundarios de la medicación, la cosa es igual o peor.
Siempre he sido una sonámbula al levantarme de la cama, y sé que soy una exagerada pero esta vez no tanto, los hechos cantan. Un día quemé una cafetera, me olvidé de ponerle el agua. Después del episodio, probé con el café instantáneo. La cosa era tan tonta como meter el mug (ya no se lleva el vaso de cristal sino esas tazas de importación) lleno de agua en el microondas y añadirle una cucharilla de café en polvo. Y más de un día, en vez de al microondas casi iba a parar a la nevera. Y era raro que acertase con la dosis que me gustaba, todo a saco, sólo era para entrar en vigilia.
Y el primer cigarrillo del día, ah no se concibe un café sin un cigarrillo. Son dos drogas que se complementan a la perfección. Y si te metes un chute de bytes leyendo el correo electrónico mientras tanto, tu mejor momento del día es definitivamente las 7,45 de la mañana.
Y otro salto en el tiempo
En casa, ya de baja laboral, la cafetera mediana (6 tazas, ¿no?) a primera hora, entera, y a solas: lo de la leche ya no iba conmigo. Mi café preferido era el americano, al que me había acostumbrado en la oficina. Me servía más de medio mug, le echaba dos dedos de agua para enfriarlo y diluirlo, y un par de cucharadas de azúcar. Ese era mi alimento hasta que decidía comer, porque ni tostadas ni nada, café era lo único que me pedía el cuerpo. Y repetía, otra cafetera. Ya aceptaba grandes dosis, el cuerpo se acostumbra a lo que le eches.
Y más tabaco, uno tras otro. Cuanto más subo más fumo. Ahora, paquete y medio o dos, depende. Tengo el récord en 3,5 paquetes de rubio, en un día maníaco sin dormir. Con ese dinero (2,30 euros el paquete), comería jamón de jabugo a diario.
En Manía, ese llegó a ser mi único alimento. Café y cigarrillos. Por cierto, título de la última película de Jim Jarmusch, os la recomiendo (el fotograma de este post, genial Roberto Benigni).
Pero llegó diagnóstico, y con él, el tratamiento. Primero, con el psiquiatra de siempre. Luego, cambié (tema espinoso, otro post). La pseudo-persona que por fin llegó a la consulta del equipo que me trata ahora era un caos en permanente crisis dentro de un episodio mixto. Han trabajado, y bien, conmigo, aquí está parte del resultado.
Me gusta mi psicólogo porque es más inteligente que yo. No me malentendáis, no soy ninguna Einstein. Pero no he avanzado con otros profesionales, en primer lugar porque es muy fácil engañar a un psicólogo -mi primera psicóloga, pobre, fui obligada- o a un psiquiatra, y en segundo término, o lo que resulta peor, que ellos no sepan elaborar una entrevista a tu medida, es decir, hacerte inteligentemente las preguntas adecuadas, las certeras, las llaves que abren, a un bipolar en particular (por cierto, no dejéis de visitar la galería de Billy Watts http://www.billywatts.com/, el autor del logo del blog). Y este psicólogo, que de bipolares ya poco o nada le queda saber, me caló a la primera, y me las clava dobladas. Menos mal que es bueno, se gana cada euro a cada frase (esto me lo digo cuando pago al salir). Y menos mal, porque gracias a él y al trabajo que hemos hecho ahora -un año después- me encuentro mejor.
Y no en la primera sesión en plan sermón, sino poco a poco, todo lo que yo le exhibí en mi primera intervención (dos horas sin parar de hablar, toda mi vida condensada, para abrir el historial), ha sido objeto de tratamiento casual en las sucesivas visitas.
El café, por ejemplo. Un día, en una de las primeras sesiones de la terapia; mira, cada vez que te tomas un café estás caminando sobre un lago helado. La capa de hielo es muy fina, de manera que es muy probable que ésta se resquebraje y, consecuentemente, te hundas, y te bañes involuntariamente en esa agua helada. Entrarás en un shock térmico, y ese shock, es la crisis de pánico que me dices que sufres cada día.
Y me señaló al culpable, se llama NORADRENALINA. Otro neurotransmisor que juega sucio en el meollo bipolar.
Tenía razón, por supuesto. Desde ese día, XX de enero de 2004, café descafeinado para la nena. Tragué sin demasiadas o nulas protestas, porque yo firmaba lo que fuera para librarme de un ataque de pánico programado al día, o dos, y encima puntuales los cabrones, a las mismas horas, lo sé porque me las controlaba un colega por msn "no te extrañes, ya te tocaba el de la tarde".
Y para acabar esa sesión con el psi:
- ¿Bebes coca-colas?
- Pues no, lo mío son las cervezas, ya lo sabes.
- Pues si algún día te tomas una coca-cola, te digo lo mismo, sin cafeína.
El descafeinado no es malo, te acostumbras rápido por muy cafetero que te hayas considerado. Pero no es puro, todavía contiene algo de cafeína. Por este motivo, si abuso por las mañanas a veces sigo pasándome- también me pongo como una moto y entro en el lago helado, ayssss. El cuerpo, que es más sabio que nada, se desacostumbra a lo que le dejas de echar, esa es la buena noticia.
Este post es tan caótico como la película. No se llama SIN porque todavía bebía alcohol, y bastante. Nos costó más trabajo este tema (para otro post, SIN me parece un buen título provisional, pero para cuando deje la nicotina).
6 comentarios
EncamaoXD -
EncamaoXD -
Es que éso que dices es importante. Padecí lo que llaman un brote psicótico en 2002. Fue terrible, incontrolable para mí: literalmente, enloquecí. No de forma violenta, en mi caso todo fue lloriqueo, desesperanza y algo de locura mesiánica. Como me asusté, accedí a ser "carne de psiquiatra". Sólo uno me inspiró confianza, pero en una ocasión me tocó una chica joven. Soy del sur y ella supongo que también. Me interrogó sobre qué hacía habitualmente y le dije que apenas salía de casa. Y ella apuntilló muy seria, mientras anotaba en un papel: "Ajá, así que encamao* todo el día, ¿no?"
*Encamao=encamado, metido en la cama.
¿Encamao? Me hizo mucha gracia, y hasta tuve que contener la risa; era como si ella fuera la hija doctora de Juanito Navarro. En fin...
Hermoso blog, mi madre es bipolar y créeme, no sabría si cambiar mis problemas (que son bien gordos)por el que ha sufrido mi madre toda su vida.
Suerte
Ysehizolaluz -
Carne de Psiquiatra -
semeolvida -
Esa es la perdición, al final le rebeldia se vuelve contra uno
Galahan -
Pero desde luego cada sacrificio que haces te hace sentirte mejor y eso me alegra, niña.